domingo, 14 de octubre de 2012

Un corte de locura

La clienta era completamente calva, lo que se dice monda y lironda de remate a causa de haber sido víctima de una de las cuatro alopecias conocidas, que no era ni la difusa (calvicie difuminada), ni la areata (por áreas del cuero cabelludo), ni la alopecia universal (por toda la piel destacando axilas, cabeza y pubis). Ya digo, cabeza glabra.
Osea, se trataba de la conocida alopecia total, la que provoca la calvicie completa del cuero cabelludo, circumstancia que no excluida que la mujer ejerciera de clienta sin renunciar a sus visitas puntuales a la peluquería todos los meses para cortarse el pelo. Y era lo que decía el peluquero:
que para dejar el cuero cabelludo en barbecho, en plan rastrojo improductivo siempre habría tiempo:
- Se lo corto como siempre doña Pelegrina?
- Sí, pero no me apliques la tijera de entresacar que luego me queda muy ralo y mondo. Me lo cortas a capas que terminen en siete que es como mejor me va.
Cortaba el peluquero con pasión, cortando pelos en rebeldía (por ausencia en jerga jurídica), lo que favorecía que el corte fuera incruento sin provocar sangre ni necesidad de cicatrizar, pues era algo así como pecar y rezar para quedar en empate. Era el error que cometió Van Gogh, cuando en lugar de cortarse un mechón de cabello según costumbre de la época se cortó una oreja y dejó un rastro de sangre sin cicatrizar cuando la llevó a un burdel y se la entregó a una de sus pupilas.


En aquella a era normal cortarse un tirabuzón y ofrecerlo al o la amante. Se ignora por qué el pintor lo hizo con su oreja. Lo que sí se sabe es que se la entregó a una prostituta pidiéndola que la limpiera de sangre y cuidara bien su cicatriz.
Otras clientas que esperaban el turno comentaban el corte en la cabeza calva y no daban tregua al desaliento, propagando el hecho cual síntoma inequívoco de locura. Sabido es que las lenguas viperinas que suelen andar sueltas por las peluquerías, son sustancias radiactivas que hunden sus raices en el corazón más primitivo de ciertas clientas, o sea, en la oscuridad irracional de la memoria de la horda, que siempre permanece al acecho bajo las raíces de los cabellos como envidiosa pelusa (nunca mejor empleado el término).
Terminado el corte, se ordenó al aprendiz, ante las atónitas clientas, que barriera y recogiera del suelo los pelos cortados, mientras clienta calva y peluquero se dirigieron a la salida y tomaron la dirección del vecino sanatorio psiquiátrico dónde fueron internados en obsevación. Sí.

                                                                                                       Gerardo Benito.

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